Seguimos esperando, hasta cuando desesperamos" Remy de Gourmont
Amaneció plata; la niebla a dos palmos del suelo impide ver otra cosa que no sea el gris, ese tono casi blanco con briznas de negrura. Aurora despierta igual que el día, cada vez cuesta más encarar lo cotidiano, las fuerzas van fallando y contempla con nostalgia sus manos arrugadas, esas que tanto hicieron y que ahora se niegan a cualquier creación. El tiempo oscureció su corazón de mujer, amainó temporales, sólo queda tristeza y soledad.
Prepara el café. Abre los visillos y una luz grisácea inunda la habitación. Se sienta y contempla las cuatro paredes: quizá si pusiera algunos cuadros, fotos, oiría risas infantiles, llantos y disputas. Aurora mira descreída los años que pasaron. Hay recuerdos y desmemorias que vuelan a la región donde nada ella olvida… Siente añoranza del ayer. Sus cenicientos pesares son interrumpidos por Carlos. Roza la mejilla de Aurora en un gesto mecánico y se prepara una taza de café.
Después, se sienta frente a ella, como lo ha estado haciendo los últimos treinta años, sin variación. No habla, sólo contempla su entorno con el escepticismo de costumbre. Interiormente piensa lo largo que será el día, la pesadez de las horas. Aurora levanta la vista y se encuentra unos ojos redondos que parecen dos lunas bañadas en miel, jalonadas por surcos, tan profundos, que se electrizan la piel, pero es capaz de dedicarle una mueca de sonrisa. Siente lástima y ternura por ese ser desvalido con el cual un día decidió compartir su vida.
Ambos son irreconocibles, no hay rastro delo que fueron, sin embargo, existe un hilo invisible que les une. Desde luego no es la pasión, ni siquiera el amor sino que el roce hizo el cariño. Se tienen uno al otro, no hay más. Los hijos han volado del nido y, aunque la esperanza no les asiste, hay que seguir. Carlos atrapa la mano agrietada de su Aurora, primero acaricia con sus yemas la piel áspera, luego, aprieta los dedos. Ella levanta la cabeza y desdeña un mechón plomizo que cae sobre su ojo izquierdo yle mira sin pestañear. Ve plata sobre la cabeza de Carlos y le pregunta:
-¿Hoy qué haremos?
-Es día de Reyes, Aurora, ¿no lo recuerdas?- Carlos habla con ternura aunque su gesto facial no corresponda a las palabras.
-Es verdad.- De pronto, su cara se ilumina
- Tengo escondidos los regalos en el altillo, ¿me ayudas? Los chicos no tardarán en venir. Además, he de hacer el chocolate.
-Tranquila, Aurora. Ya bajé los paquetes. Voy poniendo la mesa mientras tú preparas el chocolate.
-¡Gracias! ¿Qué haría yo sin ti, Carlos?
-No lo sé; yo sin ti, nada.
-¿Has visto qué día hace?
-Espero que siga así. Cuando se vayan los chicos, iremos a dar un paseo.-Nos podemos resfriar, loco.
-Estoy harto de cuidarnos, y para un día que podemos hacer algo distinto...Aurora se acerca a Carlos y se abraza a él.Plata se funde en gris y, la rutina que mata desaparece entre una niebla espesa y la luz que no cesa.
2 comentarios:
Sensibilidad en cada tecla pulsada.
Enhorabuena.
Sigue así, cariño...me embarga la emoción. De corazón.
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