No creo en las casualidades, ni siquiera en el destino. Sin embargo, he de reconocer que nuestra historia la escribimos nosotros con dosis de algo que está fuera de nuestro control. De nada sirve arrepentirse, lo hecho, hecho está y afrontas tus consecuencias como los estigmas que marcan tu presente y tu futuro, si es que éste lo tienes.
Aquel viernes salí de marcha con rabia, ganas de olvidar líos de trabajo, de familia y me enrollé con un tío que olía bien. Para eso, siempre, he sido muy mirada, el sexo me moló desde el instituto, pero mi olfato era el que determinaba con quién debía irme y, el chico de aquella noche de viernes, su perfume, además de jabón, era a colonia cara. Fuimos dos locos huyendo. Tal era nuestra urgencia que no nos preguntamos los nombres. No recuerdo su cara, ni me llevó a casa. Todo sucedió una y otra vez en el aparcamiento. Después, salí temblorosa, mareada y satisfecha. Me pasé el domingo en cama y el lunes volví a mi normalidad.
Dos meses después, comencé a encontrarme mal: cansada, con vómitos y sin ganas de comer; pensé que era la carga de trabajo, los viajes y el estrés de fin de año. Dos semanas antes de nochebuena me encontraba fatal y bajé al ambulatorio que estaba al lado de la oficina. Me miraron, me hicieron todo tipo de preguntas que me enfurecieron sobre mi vida íntima y, finalmente, me recomendaron unos análisis.
Recuerdo aquel nueve de diciembre como una pesadilla; no había diagnóstico, sólo una afirmación: estaba embarazada.
Me moví como los conejos atrapados, recabé toda la información posible y pedí un par de días libres en el trabajo. Todo lo que hacía era meditado, calculado, pero en mi interior me pedía a gritos sosiego pero, ¿qué iba a pensar? No había nada que pensar.
Eso me iba diciendo cuando me monté en un taxi camino de aquella clínica. El viaje se me hizo eterno. Me bajé asustada, hueca, vacía; jamás había tenido semejante sensación.
Al entrar percibí un a atmósfera fría, totalmente despersonalizada y una mujer, que no me miro a la cara, me preguntó a qué hora tenía la cita. Contesté con un hilo de voz y me tendió un papel para que lo rellenara. Me dio por pensar según iba rellenando las casillas que mi vida estaba en ese papel, incluso la de mi hijo. Aquella afirmación al hablarme a mí misma de un hijo al que en ese tiempo había ignorado y que, en unos instantes, le iba a negar el derecho a la vida, me hizo tiritar. Efectivamente, el cuerpo era mío pero la vida que crecía dentro de mí, ¿también? Volví a tiritar.
Entregué el papel y me pasaron a una salita. Allí estaban otras dos mujeres que ni siquiera levantaron la vista. La tenían apostillada en aquella moqueta azul cobalto escondiéndose de ellas mismas, lo sé.
Un silencio hierático traspasaba mis tímpanos y mis manos comenzaron a sudar al abrirse la puerta para que pasara una de las mujeres. Fue definitivo: el corazón galopaba desbocado hacía algún lugar y yo necesitaba aire en mis pulmones. Salí corriendo entre sollozos y lágrimas indescriptibles.
Han pasado cinco meses y siento a mi hijo como patalea cuando corro por los pasillos. Vive, vive por mi cobardía porque tuve miedo al holocausto al que le conducía sin medir que dentro de mí crecía un alma y una carne. Algún resorte moral se despertó dentro de mí…, puede que fuera eso, no sé.
No soy feliz porque, en cierto modo, me he fastidiado la vida, me he complicado la existencia, pero duermo tranquila, en paz, no me siento asesina de nadie y he llegado al convencimiento que no soy quién para negar la vida a nadie, ni siquiera a un hijo que no deseo.
Nuestra vida la escribimos nosotros, no es fruto de ninguna casualidad.
3 comentarios:
Atrapada por tu relato hasta el final. Precioso, cariño, y conmovedor. De todos modos, no deseado, no quiere decir no querido...estoy segura de que le acabará amando. Un beso.
El embarazo no es algo que venga cuando al personal le apetezca, pero pienso que es cosa de la propia madre sobre todo decidir si continúa o no adelante con él.
Lo que no me veo válido es que unos determinados movimientos éticos les digan a las personas que tienen que hacer o dejar de hacer. Eso lo considero sectarismo.
Muy bien tu modo de afrontar los hechos, porque es asunto tuyo, no de los demás.
Saludos.
Uffff
dificil relato, ¡que fuerza!
que complicada decisión...
Creo que hay que estar en el pellejo de esa persona no se puede juzgar, ambas decisiones son aceptables, tanto tenerlo como no,
1 beso muy fuerte!
¿Y TU DICES QUE TE QUEDAS SUSPIRANDO CON MIS ESCRITOS? a mi me están cerrando la boca que se me ha quedado abierta...jejejeje
¡bravo!
n-a-s-a
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