Voy a echar de menos la ventana que toca el cielo con mi corazón. Allí, cada noche, encuentro tres estrellas; no sé ni quiénes son. Da lo mismo porque desde este ventanuco siento como mis alas de escritor vuelan a ellas hasta confundirme en una más. Mis dedos gatean por la pared de ladrillo el escaso metro hasta llegar a la cúspide y, de ahí..., al cielo de Chamberí.
Voy a añorar los rayos de sol en esa mañanas de domingo sentada al calor de esa luz que entraba por tu ventana mientras mis manos tejían letras en malos sonetos e historias sin un final.
Voy a recordar los amaneceres apostada en tu vidriera mientras el día despierta y un café me reconforta para pintar sonrisas que duren todo un día.
Evocaré tu tragaluz, donde aprendí a tocar el cielo mientras el ruiseñor de tus conventos tocaba a maitenes, tan vetustos como la solera del barrio que cobija las horas de tu vida.
Mis ojos curiosos han latido en tu ventana escudriñando las luces de un cielo sin techo... He crecido en las horas impías del silencio.
Ahora, sólo queda despedirme de ella y, a ti, darte las gracias por prestarme tu pedazo de cielo donde una vez comprendí que el cielo de Madrid, además de inmenso, es muy bello y reconfortante. Y que es verdad eso que dicen “de Madrid al cielo”; yo lo sentí en mi piel merced a una ventana que, en apariencia, no iba a ninguna parte. Poseía la sencillez de una flor con vistas a la nada y, sin embargo, ella me enseñó a palpar donde otros no podrán volar nunca jamás.
Voy a añorar los rayos de sol en esa mañanas de domingo sentada al calor de esa luz que entraba por tu ventana mientras mis manos tejían letras en malos sonetos e historias sin un final.
Voy a recordar los amaneceres apostada en tu vidriera mientras el día despierta y un café me reconforta para pintar sonrisas que duren todo un día.
Evocaré tu tragaluz, donde aprendí a tocar el cielo mientras el ruiseñor de tus conventos tocaba a maitenes, tan vetustos como la solera del barrio que cobija las horas de tu vida.
Mis ojos curiosos han latido en tu ventana escudriñando las luces de un cielo sin techo... He crecido en las horas impías del silencio.
Ahora, sólo queda despedirme de ella y, a ti, darte las gracias por prestarme tu pedazo de cielo donde una vez comprendí que el cielo de Madrid, además de inmenso, es muy bello y reconfortante. Y que es verdad eso que dicen “de Madrid al cielo”; yo lo sentí en mi piel merced a una ventana que, en apariencia, no iba a ninguna parte. Poseía la sencillez de una flor con vistas a la nada y, sin embargo, ella me enseñó a palpar donde otros no podrán volar nunca jamás.
PD. Dedicado a mi cuñada Mª José.
4 comentarios:
Una mente alada como la tuya siempre hallará una rendija por donde escapar, algo así como un fenómeno extraño de esos de Cuarto Milenio que trascienden al tiempo y al espacio, je je.
Saludos ente afortunada.
Has escrito un estupendo homenaje, repleto de sensaciones. Sin duda esa ventana lo merecía. Hermoso...
Besos desde mi orilla.
Me encantan los sueños que vuelan por las ventanas...
Abrazos
lola
Me emocionaste con este escrito, mªAngeles...eres una artista de las palabras, como las manejas y entrelazas...precioso...te imaginé junto a esa ventana. Un beso, guapa.
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